La insoportable pesadez de lanzar una página web personal

Evelyn H. Montes
Escrito en lápiz
Published in
5 min readJan 8, 2018

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O el eterno proceso para llegar a la versión final

https://evelynhmontes.com

Será que soy impaciente. Será que nada me viene bien. Será que siempre se me ocurre una versión mejor después de haber hecho clic en «Enviar». Ay, bendito TOC y bendita ley de Murphy.

La cuestión es que antes de que empezara el verano decidí que mis propósitos para la segunda mitad del año serían ambiciosos. Basta, ahora sí. Lanzaría mi nueva página web con contenidos excelentes, empezaría un blog que escribiría sin prisa pero sin pausa, armaría de nuevo el currículum, lleno de gráficos y cosas irresistibles para mis clientes y potenciales, cambiaría todo mi perfil de LinkedIn, lanzaría mi cuenta de Instagram. Sería omnipresente.

Y, como con todo en la vida, por algún lado hay que empezar.

El blog lo inicié antes de lo previsto (sorpresa para mí). La página, bueno. Ahí les cuento.

Primero había que elegir un template, una plantilla. No había tantas opciones disponibles, algo que agradecí. Más opciones = más indecisión.

Una vez decidida la plantilla, la vi despojada de todos sus adornos, los que usan para venderla y que la hacen sensacional. ¿Quién no querría tener un sitio así? Una vez despojada de todos sus adornos, como les decía, la realidad es otra. Ver un contenido que se reduce a «Lorem ipsum…» y un texto dinámico que al abrir la página dice «Hello, I am Joline and I love knitting», con una foto de una modelo que nada tiene que ver conmigo ni con tejer (y a la que los jeans blancos le quedan pintados), déjenme decirles que está lejos de ser mi oasis de inspiración. Y entonces decidí que la plantilla no me gustaba. Para nada. La odiaba. Era lo peor que podía haber elegido. Jamás lograría llenarla de contenido que alguien quisiera leer y, menos aún, contratarme luego.

El Sr. Diseñadorweb D’Confianza quiso tranquilizarme (y tranquilizarse): me explicó que el contenido y las fotos que eligiera harían la diferencia, que le darían forma, que ya vería. Que no había que desesperar. Que paciencia. Que «omm». «Bueno», dije. Y decidí creerle.

Durante las vacaciones de verano y con el arrullo del mar, lápiz y cuaderno en mano, empecé a esbozar los contenidos. Llena de inspiración salada, a la sombra de una sombrilla enorme, me salieron unos textos hermosos. Her-mo-sos. Ya podía ver la fila de clientes que pedían el combo «presupuesto + autógrafo».

Sin embargo, después de una buena dosis de realismo, concluí que esa fila no era más que un espejismo, los escritos nunca verían la luz. Porque, pequeño detalle, se me había olvidado que esos contenidos tenían que estar al servicio no solo de la comunicación, sino del espacio que el sitio me daba (léase, reducido. Muy). Así que, una vez bajada de la palmera en la que me refugio demasiado seguido, empecé a recortar. Este adjetivo no va, esta aposición no aclara nada (¡camine a cucha! ¡fuera!), y a quién le importa que en mi escritorio tenga un bambú. Cuando terminé, había convertido los textos hermosos (que, en realidad, no se ilusionen, no lo eran tanto… El mar puede hacer estragos en el espíritu crítico de alguien como yo) en pequeños recortes que todavía no entraban del todo bien en los espacios, pero que ya casi, y que podrían haber salido de la página web de cualquiera. Me convertí, entonces, en cualquiera. Y me odié.

Para subsanar y sentir que sabía por dónde iba, me suscribí a canales de YouTube que en un par de listas de reproducción de varios videos prometían enseñar «todo lo que necesitas saber sobre» marketing y publicidad, SEO (optimización para los motores de búsqueda, señora), cómo crear tu página web, cómo redactar contenido digital para vender y hasta cómo diseñar tu oficina según el Feng Shui para atraer clientes. También, por supuesto, me anoté en cursos de Coursera y FutureLearn de las mejores universidades sobre marketing, gestión de contenidos en redes sociales, publicidad. Y busqué artículos, que guardé en mi interminable lista de «lecturas pendientes» en Pocket, todos metódicamente etiquetados para volver a ellos cuando terminara lo primero, que también era lo último y lo del medio: escribir el contenido.

En fin, después de abrumarme con toda la información disponible y sentirme que no servía para nada, que probablemente me había equivocado hasta de carrera y que debería haberme dedicado al tejido (como Joline) y basta, después de todo eso, decidí empezar de nuevo.

Recuperé la confianza en quién era y por qué estaba en este mundo, con un poco de mindfulness forzado y otro tanto de lectura recreativa (no Paulo Coelho, no se alarme). Decidí que, claramente, el mercado está saturado de profesionales que se han formado como yo (o incluso más), que quizás tengan mejores clientes que yo, se muestren mucho mejor que yo y tengan una oficina más grande que la mía (aunque dudo profundamente de que sea más linda que la mía). Pero que esto, sin embargo, no me quita mérito: porque me encanta mi trabajo y lo hago realmente con mucha pasión. Simplemente porque descubrí hace tiempo que nací para lo que hago, que me siento más viva cuando traduzco y cuando escribo, y que ya llegaré adonde me toque llegar. Que mientras tanto disfruto muchísimo y me esfuerzo con cada nuevo proyecto, no solo para satisfacer a mis clientes, sino para sentirme que crezco cada vez un poco más. Que me vuelvo mejor en lo que hago, que aprendo.

Una vez recuperado mi yo, mis ganas de vivir y la confianza en que la plantilla que había elegido no estaba tan mal, consulté con Diseñadorweb D’Confianza, nos pusimos con paciencia y encontramos que solo teníamos (bueno, tenía él, claro) que darle una vuelta de tuerca. Con una foto linda por acá, otra foto inspiradora por allá, empezó a tomar forma y tener sentido. Empezó a encontrar su alma. Y ahora me daban ganas de escribir en sus espacios reducidos, de ponerle cosas que hablaran de mí, de verdad. Y entonces, escribí.

Escribí lo que soy, expliqué un poco lo que hago y conté otro tanto sobre lo que ya hice, con detalle, esperando que se note cuánto me gusta. Le puse mucho amor, señores y señoras. Porque (sepan disculpar la repetición), me encanta lo que hago y quiero seguir haciéndolo, posiblemente cada vez mejor.

Ojalá todos vean eso cuando visiten mi página. Y me contraten, claro está :)

Si llegaron hasta aquí, bien pueden echarle un vistazo, aquí la tienen:

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Traductora creativa, correctora de textos (a veces, también de gente), copywriter. Siempre vuelvo al mar. Me encantan los paréntesis. www.evelynhmontes.com