Desafío

Evelyn H. Montes
Escrito en lápiz
Published in
4 min readApr 1, 2020

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Finalmente me he dado cuenta (o lo he decidido).

Esta pandemia es mi oportunidad.

Hace unos días me llegó, inesperada y mágica como siempre, la hermosa newsletter que envía Writing Maps, un emprendimiento de un profesor de escritura que tuvo esta idea: hacer mapas de escritura. Cada mapa es una hoja plegada (como un mapa turístico, sí), con un tema y un itinerario con «paradas» que invitan a escribir. Poético por donde se lo mire.

Cuando se declaró la pandemia y nos encontró confinados en esta Italia que adopté, no tuve ganas de escribir. No tuve ganas de contar nada. No tuve ganas de dejar nada a la posteridad, quizás porque mi posteridad (de un año y medio) estaba las 24 horas conmigo y me demandaba otras cosas. Atención constante, por ejemplo.

Conclusión: no hay crónicas de esos primeros días y, si me preguntan por qué día de confinamiento vamos, ni siquiera sabría decirlo.

Lo cierto es que, hace unos días, me llegó la hermosa newsletter de Writing Maps con sus tarjetas de de escritura que, por cada semana del año, proponen un tema. Y la número trece (porque no podía ser otro número) invitaba justamente a hablar de la pandemia que yo venía esquivando. La propuesta era esta:

From the Writing Maps newsletter

Tarjeta de escritura nro.13: Agotando una pandemia. Comienza con una lista. Una lista de 100 ítems. Nada menos. Cosas que estás haciendo y viendo a otros hacer. Cosas únicas de estos tiempos. Cosas que nunca pensaste que volverías a hacer. Rituales. Hábitos nuevos. Palabras nuevas. Lavarse las manos. Guantes. Barbijos. Titulares de diarios. Sonidos, imágenes y personas que oyes y ves desde tu ventana. Memes, clases de zumba online, cosas que extrañas. Sin un objeto concreto, solo una lista. Con el tiempo, desarrolla cada uno de los ítems y ve qué historias surgen de ellos. Deja que los temas y los hilos de tu proyecto tomen forma a medida que escribes.

Me pareció preciosa y casi el único modo de poder empezar a poner en palabras esta que estoy vislumbrando como una gran oportunidad.

Así que acá va el desafío: escribir una entrada por cada punto de mi lista, que ya cuenta 17 entradas en la versión en papel, porque una lista de este calibre no podía nacer en otro lado:

Cuaderno que pedía a gritos ser estrenado

Así que, como siempre, empecemos por el principio.

Nro. 1. Los barbijos

Tercera semana de confinamiento. Media mañana. Hay sol.

Salimos con R. a dar una vuelta. Sus pies chiquitos caminan rápido, pero vamos lento, porque hay mucho para ver. Nos cruzamos con un señor en bicicleta que achina los ojos porque lo sorprende una ráfaga de viento frío. Parece viejo, pero entre el gorro de lana y el barbijo, es difícil adivinar la edad. R. no lo ve porque está ensimismado en las flores del camino peatonal. Son un montón, chiquititas y celestes. Ameritan que se las mire de cerca y con atención como hace él.

Un rato después, vemos venir caminando a una señora flaca y con el ceño fruncido. Tiene el pelo todo blanco, largo hasta los hombros. Da pasos cortos y tensos. Lleva una bolsa de supermercado. Y el barbijo parece enorme en su cara angosta. Mira para otro lado cuando nos pasa por al lado. En cambio R. la mira fijo hasta que la señora desaparece girando la derecha al llegar a la esquina.

Pasa un rato. Aparece otro señor a lo lejos. Lleva una especie de bandolera y una boina sobre la campera rompevientos. Cuando nos ve, desde lejos, se baja el barbijo y nos saluda. «Ciao». «Buongiorno». Y ese gesto que hace es el que me imagino que en una época alguien haría con un sombrero mientras saluda. Me divierte y a R. también, que lo saluda con la mano. Y sonreímos todos.

Mientras recorremos de vuelta los 100 metros que nos habíamos alejado de casa, nos cruzamos con otro señor en bicicleta, más joven que el anterior, con una caja de esas de delivery cargada detrás. Y un barbijo de esos más rígidos, más serios. R. lo sigue con la mirada y se vuelve para seguirlo una vez que pasa. Y después señala una hoja seca que se está llevando el viento.

Llegamos a casa. R. pide agua. Nos quedamos un buen rato en el balcón, mirando cómo no pasa nadie en mucho tiempo.

Y yo me quedo pensando. ¿Qué recordará R. de todo esto? ¿Tendrá pesadillas de caras con barbijos? ¿O soñará con amigos y gente buena con caras con barbijos? ¿Pensará que así se visten los grandes para salir? ¿Creerá que eso usa la gente cuando está llegando la primavera? ¿Se preguntará por qué nosotros no salimos con barbijo? ¿Creerá que somos raros? ¿Creerá que los raros son los demás? ¿Cuántas cosas le pasarán por la cabeza en estos días insólitos que están, con detalles, construyendo su normalidad?

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Traductora creativa, correctora de textos (a veces, también de gente), copywriter. Siempre vuelvo al mar. Me encantan los paréntesis. www.evelynhmontes.com